-No, ya lo llevo, gracias -sonrió y salió a la calle.
Mientras esperaba el transporte público, Lucía se colocó sus audífonos para tratar de olvidarse de que ya llevaba una semana sobreviviendo con el poco dinero que le quedaba después de que retrasaran su pago en el negocio. Empezó a acostumbrarse a la idea de viajar solamente con la cantidad justa de dinero para pagar su viaje, pero eso sí: un desvío en la ruta y tendría que volver caminando. Finalmente se subió al camión que pasó y que la dejaría en la puerta del negocio.
Cambió el orden de las canciones que llevaba, pues ese día no tenía humor para escuchar música triste; prefirió la que era más alegre y subió el volumen, callando así el sonido del motor del viejo camión que llevaba más de un año "en proceso de sustitución" después del aumento a la tarifa del transporte público. Miró por la ventana el paisaje que no era más que manchas de colores, distraída con sus pensamientos.
De pronto, sintió un golpe en el hombro. Miró para saber de qué se trataba, y toda su visión se centró en el cañón de una pistola, que le apuntaba. Se quitó rápidamente los audífonos para escuchar lo que el tipo que la empuñaba le pedía, y solo alcanzó a entender la palabra "dinero". ¿Sería prudente explicarle que no le habían pagado desde hacía unas semanas? ¿Que solamente andaba en el bolsillo con lo suficiente para regresar a su casa cuando terminara su jornada de trabajo? Entonces recordó que sí poseía algo muy valioso; algo por lo que prácticamente existía toda esa violencia, por lo que la gente se mataba en las calles, y por lo que subían las tarifas del transporte público sin importar el salario mínimo de la gente.
Temblando, sacó de su mochila la comida que su mamá le había preparado por la mañana, y se la ofreció al asaltante.