viernes, 11 de marzo de 2011

Holocausto

Carlos despertó después de un extraño sueño, donde personificaba a una chica que podía ver espíritus. Buscó en su memoria, esperando encontrar alguna razón por la que un pensamiento así se hubiera atascado en su subconsciente, pero no pudo recordar nada relevante de su día que se pudiera relacionar con fantasmas. Permaneció con los ojos abiertos durante unos instantes, en la penumbra de una inquietante noche silenciosa.
Escuchó un zumbido que fue aumentando de intensidad, y aunque no podía ver al insecto, sabía dónde estaba, guiándose por el oído. Lo escuchó acercándose a sus pies, y el dedo gordo comenzó a picarle después de unos segundos. Carlos movió sus pies y volvió a escuchar el zumbido, que se acercaba a su barriga.
"Si ya me picó, es porque ya está lleno y tal vez se vaya". No había nadie más con él a quien pudiera comunicarle sus pensamientos.
El zumbido ya no estaba, y comenzó a dormitar cuando volvió a sentir comezón, ahora en la barriga. Lanzó un manotazo furioso, esperando aplastar al mosquito, pero volvió a escuchar el zumbido, esta vez cerca de su cara.
"Sería demasiado que me picara tres veces, a menos que quiera explotar", dijo casi en voz alta tapándose con la cobija hasta el cuello. El zumbido cesó, y Carlos se acomodó sobre su costado, listo para volver a dormir. Una comezón le invadió entonces la mejilla izquierda.
-¡Carajo! -Carlos se levantó de golpe, caminó hacia donde estaba el switch de la luz, y tropezó con su zapato que no pudo ver en la oscuridad. Se golpeó la rodilla y mientras estaba en el piso, sintió un nuevo piquete en la espalda. La rabia lo hizo ignorar el dolor del golpe y se levantó a prender la luz. Esperaba encontrar un mosquito fácilmente visible por tanta sangre que probablemente ya le había sacado, pero buscó inútilmente durante unos minutos en toda su recámara.
Miró hacia la ventana y se dio cuenta de que la había dejado abierta durante la noche, así que lo más lógico era que varios mosquitos le hubieran atacado, en vez de uno, como lo imaginó. Volvió a sentir un piquete en el brazo, pero esta vez se resistió a moverse y giró lentamente su cabeza para ver al horrendo mosquito que le arrancaba un poquito de vida. Se aterrorizó al encontrarse un animal del tamaño de una canica, pegado a su brazo y creciendo todavía, conforme succionaba más sangre. Acercó con cuidado su otra mano.
¡Paf!
El sonido llenó la noche, y de entre sus dedos escurrió la sangre que ahora escapaba del cuerpo mutilado del insecto. Estaba por ir al baño a lavarse las manos cuando escuchó otro zumbido, al parecer proveniente de afuera de la ventana. Se acercó tratando de cerrarla antes de que otro mosquito invadiera su recámara, cuando desesperado, se dio cuenta de que un enjambre de miles de mosquitos estaba listo a entrar en su casa.
La noche era inquietantemente silenciosa.