domingo, 12 de junio de 2011

Gavy

Era un sueño o una visión, no noté mucho la diferencia. De lo que sí estoy segura es que era un recuerdo: la palabra "Gavy" escrita en un papel de cuaderno, con lápiz y en una caligrafía muy bonita.
-Es el nombre de mi mamá.
-Pues yo pensé que se llamaba Gabriela.
-Sí, pero así le decimos de cariño, y así se escribe.
Ese día yo había recibido dos revelaciones: la primera, que a las personas se les pueden dar nombres cortos, y la segunda, que los nombres exóticos usaban esas letras que nunca ves en otros lados, como la y.
Cuando le conté a mi mamá que ya sabía escribir "Gavy", me corrigió: "Si Gabriela, el nombre largo, se escribe con b, "Gavy" no puede ser con v, sino con b. Las letras no cambian entre los nombres cortos y los nombres largos".
Y después brinqué hasta el día de hoy, en que vuelvo a ver muy nítidamente, mientras estaba en el patio de la primaria a la hora del recreo, la hoja de cuaderno con la palabra Gavy. Y me acordé de esa persona tan especial que me había compartido el nombre corto de su mamá conmigo, que fue alguien que estuvo conmigo en la primaria, y que en algún momento prometió que no se iba a separar de mí. Que nuestra amistad duraría para siempre.
Hoy nos encontramos de nuevo, y extrañamente pareciera que nos dejamos de ver sólo unos minutos. Me confesó tener recuerdos muy lindos de cuando visitó mi casa, que fue la única vez que su mamá le permitió visitar una casa ajena, y de acordarse de mí todos los días. Creo que los pensamientos pueden ser tan fuertes que atraen a las personas a los lugares a donde pertenecen, y aunque no nos hemos visto en 20 años, estoy segura de que me espera una gran reunión con mi mejor amiga de la primaria, a quien espero no volver a perder jamás.





jueves, 2 de junio de 2011

Ensalada

-¿Tiene de esas navajitas que se usaban en las maquinitas rasuradoras?
-Ah... a ver, es que ya son bien viejitas. Déjame ver si me queda un paquete por aquí.
-Gracias, don.
Don Sergio siempre fue muy amable con Cuca. Además de tener su tiendita bien surtida, lo que no tenía lo trataba de conseguir lo más rápido posible. Pero Cuca no tenía mucho tiempo, así que mientras don Sergio buscaba las navajas, decidió adelantarse a la ferretería para comprar lo que le hacía falta.
-Oiga, voy aquí a la tlapalería, en lo que encuentra las navajas.
-Ándale pues.
Cuca compró medio metro de alambre de púas, un cutter, dos metros de cable de cobre y unas pinzas para cortar metal. Cuando regresó a la tienda de don Sergio, él la recibió con su acostumbrada sonrisa.
-Mira, Cuca, aquí están. Han de ser las últimas sobre la Tierra, porque esas maquinitas se dejaron de vender cuando aparecieron las desechables.
-¿Cuánto le debo, don?
-No sé... ¿ya viste la etiqueta? se vendían en cinco mil pesos.
Efectivamente, la etiqueta ya estaba vieja. Cuca miró a don Sergio, esperando su respuesta.
-Llévatelas, Cuca. De todas formas a mí ya no me sirven y no les voy a sacar mucha ganancia. Seguramente te servirán para algo mejor que para mí.
-Está bien, don. ¡Gracias!
Cuca caminó durante el atardecer, mirando extrañada el cielo. Entró a su casa y cerró con llave la puerta. Peló los cables, sacó los pequeños alambres de cobre y los hizo pedacitos. También despedazó el alambre de púas en piezas pequeñas, seccionó las hojas del cutter y rompió las navajas. Puso todo en un platón hondo, y lo revolvió con un tenedor, que comenzó a humedecerse con las lágrimas que caían desde arriba.
Con la cuchara que más odiaba en la vida, se comió su primer bocado.