jueves, 2 de junio de 2011

Ensalada

-¿Tiene de esas navajitas que se usaban en las maquinitas rasuradoras?
-Ah... a ver, es que ya son bien viejitas. Déjame ver si me queda un paquete por aquí.
-Gracias, don.
Don Sergio siempre fue muy amable con Cuca. Además de tener su tiendita bien surtida, lo que no tenía lo trataba de conseguir lo más rápido posible. Pero Cuca no tenía mucho tiempo, así que mientras don Sergio buscaba las navajas, decidió adelantarse a la ferretería para comprar lo que le hacía falta.
-Oiga, voy aquí a la tlapalería, en lo que encuentra las navajas.
-Ándale pues.
Cuca compró medio metro de alambre de púas, un cutter, dos metros de cable de cobre y unas pinzas para cortar metal. Cuando regresó a la tienda de don Sergio, él la recibió con su acostumbrada sonrisa.
-Mira, Cuca, aquí están. Han de ser las últimas sobre la Tierra, porque esas maquinitas se dejaron de vender cuando aparecieron las desechables.
-¿Cuánto le debo, don?
-No sé... ¿ya viste la etiqueta? se vendían en cinco mil pesos.
Efectivamente, la etiqueta ya estaba vieja. Cuca miró a don Sergio, esperando su respuesta.
-Llévatelas, Cuca. De todas formas a mí ya no me sirven y no les voy a sacar mucha ganancia. Seguramente te servirán para algo mejor que para mí.
-Está bien, don. ¡Gracias!
Cuca caminó durante el atardecer, mirando extrañada el cielo. Entró a su casa y cerró con llave la puerta. Peló los cables, sacó los pequeños alambres de cobre y los hizo pedacitos. También despedazó el alambre de púas en piezas pequeñas, seccionó las hojas del cutter y rompió las navajas. Puso todo en un platón hondo, y lo revolvió con un tenedor, que comenzó a humedecerse con las lágrimas que caían desde arriba.
Con la cuchara que más odiaba en la vida, se comió su primer bocado.



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